El estadio pertenece a la ciudad. El estadio era una puta mierda. Probablemente también era un peligro. Con estos hechos el estadio había que arreglarlo, como cuando se jode un parque o unas canchas de baloncesto, corresponde al ayuntamiento repararlos. Cierto es, que antes de Caballero nadie había querido abrir el melón de balaidos, que no viene de ahora. A pesar de que el problema no era tan grande, no dejaba de ser un señor problema, y nadie dijo ni pío. Alguna ventaja tenía que haber en tener a un megalomano de alcalde.
Pero la responsabilidad era suya, y solo suya, y más después de haberse negado en redondo a venderlo. Si el estadio es un activo tan importante de la ciudad, no puede caerse a cachos. Así que si la reforma es una chapuza será su chapuza también, sin paliativos. Y más después de soltar gilipolleces cada vez que le ponen un micro delante. Porque si eres un sobrado pero acabas de petarlo con algo, o no es un tema tan controvertido, puede ser hasta divertido. Pero cuando la gente está hasta los cojones, mejor no empeorarlo con sobradas.
Pero claro, si no no sería Abel.