Munuera Montero y Hernández Hernández han pergeñado hoy un precioso homenaje a David Lynch. Incluso puede que también a Valle Inclán.
A este Madrid se le podía competir el partido. Muchos lo tenían claro, Claudio entre ellos. Yo también tenía claro que este Celta compite, o al menos esa es su intención, de la misma forma contra cualquier rival, da igual donde, y a mí manera intentaba empujar para que el círculo cuadrase. Pero también tenía claro que había enormes posibilidades de caer. Y de hacerlo, historia obliga, con dolor.
Porque cuando te asomas a ese escenario resulta complicado zafarte del dolor. Cuando no eres tú, incapaz de desenmarañarte de todo lo que lleva aparejado jugar en ese verde, es el rival, que casi siempre cuenta en sus filas con un ramillete entre los que están algunos de los mejores jugadores del mundo; y si no, aparece un estamento arbitral que siempre se encuentra seguro y confortable pegado al poderoso. Y cuando no es una cosa es otra, o más de una a la vez. Por eso es tan tremendamente difícil ganar en ese campo.
Pero lo de esta noche ha sido una actuación que debería abochornar al fútbol español. Ante esto el juego ya pasa a un segundo plano, pierde sentido. Ya solo lo cobra la frustración que uno siente cuando a la vista de todos se le engaña, se le humilla, y se siente apelmazado por el enorme peso de la certeza de que una vez más no sucederá nada. Que una vez más apenas se escucharán únicamente los lamentos de aquellos que, desde el otro lado de la trinchera mediática, vocearán al cielo la injusticia mientras para sus adentros maldicen porque a ellos no les beneficien tanto.
Y para colmo tenemos que soportar la trágala de un empleado de la televisión de todos narrando de forma torticera unos hechos para que se acomoden a lo que esa inmensa mayoría quiere creer. Que eso es lo que importa. Y si para ello tengo que retorcer la realidad y hacer dudar a la inmensa minoría de si sus ojos todavía cumplen su función lo hago. Porque yo sé de qué lado estoy. Del lado seguro, del lado confortable. Con esa inmensa mayoría. Entre otras cosas, porque es la mía.
Y ya está. Ya solo estoy esperando que llegue el domingo para ir a Balaídos a ver a mi equipo jugar un partido de fútbol. Dentro del amplio margen de avatares en los que siempre se ha desarrollado este centenario espectáculo. Pero no más por favor. No más.