Cuento todo esto como anécdota, no se si futbolística o sociológica, pero lo cuento. Tengo en la grada detrás, por desgracia, a uno al que Larsen nunca le entró por el ojo, que nunca le gustó, vamos. Pues como no me gustan a mi por ejemplo Cervi o Kevin. Y es de esos tipos que cuando agarran un hueso no lo sueltan, Larsen para él lo hace todo mal, ya lleve 10 goles o 15, es lo mismo, lo tiene cruzado desde el principio. Da igual que sea el pichichi, que ofrezcan por él 25 millones, que lo deje todo en el campo o que sea simpático y educado. Larsen es malo y él lo descubrió desde el principio. Ya lo decía él.
Pues bien, para reforzar su postura ayer se dedicó TODO EL SANTO PARTIDO a pitarle, desde que se anunció su nombre en megafonía hasta que fue sustituido. Sin descanso, inasequible al desaliento, en plan" que se entere todo el mundo lo malo que es y como lo castigo". Y además tenemos los de al lado la mala suerte de que el tipo pita de puta madre, el cromañón este va a un concurso de ver quien pita con más decibelios y se lleva el torneo de calle.
Y bien, a que viene esto?, pues a lo de siempre, que basta que haya diez energúmenos como este jicho en el estadio cruzando a un futbolista para que parezca que es parte del estadio el que le pita.
Es el género humano, el celtismo pipero, el que dentro de un colectivo de 21500 personas haya al menos media docena de gente con síndrome de recibir poco casito que se sienten como los romanos con los gladiadores, con ganas de sentenciar.
Son pseudoaficionados dañinos, para el equipo, para el futbolista en cuestión, y sobretodo, para el 99% restante que va al campo a ver un espectáculo y no a volcar toda su bilis y frustración contra un chaval de 24 años.
Va esto, igual, por lo de Brais en su día...