Queremos jugar a algo que no sabemos. Queremos ser lo que no podemos ser. Nos pedimos imposibles y eso solo conduce al fracaso y a la frustración. La evolución natural de esta plantilla en la historia reciente se ha construido con jugadores que saben atacar mejor que defender. Es como si a un neanderthal lo ponemos delante de un ordenador, o a Elon Musk o a Amancio Ortega los soltamos a buscarse la vida hace 40.000 años, cazando y recolectando con palos y piedras. Fracasarán porque el peso de sus fortalezas es mínimo en el contexto en el que les hacemos vivir. Ayer, especialmente, fue tan evidente como la moraleja del cuento de la Lechera. Esperamos atrás para aguantar e intentar algún latigazo, cuando está claro que este equipo necesita alejar el peligro de su portería lo máximo posible, porque en esa ruleta rusa acabamos siempre pegándonos un tiro, solo es cuestión de tiempo. Al final, acaba ocurriendo. Ayer no ganamos puntos, y eso a la corta es malo, pero a ver si al menos eso sirve para darnos cuenta de que, o cambiamos el rumbo, o este entrenador se tiene que ir. Los puntos del día de Granada creo que a la larga nos van a salir caros, mucho. A ver si lo de ayer nos hace ver lo evidente y cambiamos la filosofía... o al entrenador. No veo otra salida a una temporada nefasta, la peor de los últimos 15 años, al menos.