Yo no tengo Twitter y no veo la historia. Alguien podría hacer un copia-pega o algo por el estilo?
Hoy que el Celta ha vuelto a hacer el test de “los pitidos” (Course Navette) para medir el estado con el que llega la tropa me viene a la cabeza una historia de pretemporada de hace unos años que os voy a contar ahora que tengo un rato.
Julio de 2001, Mondariz. Tercer día de pretemporada con Víctor Fernández. Otro de esos veranos geniales en los que pasaron mil cosas (Karpin cabreado porque no le subían el sueldo, la plantilla sacando un comunicado contra el club por dejar tirado a Berges, el fichaje de Boban).
El test de marras le hacía especial ilusión a Coira que era una bestia. No se cansaba de dar vueltas. El año anterior había estado 14 minutos corriendo y el chaval tenía ilusión por mejorar su marca. Para él, que apenas contaba para Víctor, era un motivo para reivindicarse.
Campo de Pardellas. Los periodistas que podíamos disfrutar de estas cosas en vivo. Comienza la prueba y Mostovoi empieza a quejarse porque los pitidos (según él) están mal programados. Nadie le hace caso, pero él no deja de refunfuñar. A los 8 minutos es el primero en parar
A partir de ahí el rosario de jugadores. Va la lista. Berizzo, Gustavo, Maurice aguantan hasta el minuto 10; Catanha, Kaviedes, Jacobo, Olaiz, McCarthy, Edu hacen 10:30; Juanfran 11; Velasco, Vagner, Manolo y Yago, 11:30, Cáceres, Jesuli, Doriva, 12; Giovanella poco más
Se queda solo Pablo Coira soplando como un búfalo mientras los compañeros le observan, animan y hacen comentarios. “Es que tiene veinte años; yo con veinte años tampoco me paraba” decía el golfo de Mostovoi. Trece minutos y ahí seguía Coira girando y galopando
Cuando estaba a punto de cumplirse los trece minutos y medio Víctor Fernández irrumpe en la escena y grita “es suficiente, vale”. A su alrededor todo el mundo lanza un quejido. Víctor insiste y suena la voz de Berizzo desde el fondo: “Pero dejá correr al chaval si le gusta”.
Pablo Coira se para y le suelta un leñazo a una pelota con la que se cruza que se estampa contra la publicidad mientras suelta un taco. Respira agitado y sus ojos brillan de rabia. Hasta la tarde no se le pasaría el mosqueo.
Edu Domínguez trató de consolarle explicándole que el ritmo de los pitidos era diferente y que su marca valía más que la del año anterior, pero Coira no escuchaba nada.