A mí que el árbitro sea de Madrid no me importa. Como si su madre lo destetó en un banco de la calle Payaso Fofó y su padre era camarero en el bar sede de los Bukaneros. Lo que me importa es que sea malo y sobre todo que se le observe cierto sesgo. Porque si la terrible racha del Celta fuera de casa no admite excusas a pesar de que seguramente haya partidos en los que hayamos merecido más, la suspicaz racha de este árbitro con los equipos madrileños no debería ser menos.
En cuanto a lo referido exclusivamente al juego, pues tampoco mucho de lo que quejarse. En ese trámite donde se consume el 80% de los partidos hemos puesto intensidad y por momentos buen juego en un escenario muy poco propicio por motivos ya de sobra conocidos, lo que nos llevó a generar mucho y a que, más allá del eterno lunar del balón parado, que por días parece más claro o más oscuro pero que sigue impenitentemente pegado a nuestra piel, el rival apenas asomase con verdadero peligro por nuestra área un par de veces en todo el partido. Las suficientes para ganarlo.
Porque en ese 20% de partido que excede del trámite y que es donde realmente se ventila el 99% del resultado final, seguimos estando desacertados. Ya incluso me atrevería a decir que gafados. Una vez puede ser normal. Dos también, incluso crear una tendencia como es el caso, pero que este equipo, viendo todos sus partidos de visitante haya obtenido solo cuatro puntos en esta primera vuelta es realmente sorprendente, y si no da para expediente X desde luego tiene difícil explicación.
Me sigue gustando lo que veo pero cada vez me desagrada más este sabor a hiel que me queda tras cada partido fuera de casa. Empieza a ser todo tan irracional que la razón encuentra pocas soluciones alejadas de la demagogia.
Pasará. Nada dura para siempre.