Tenía más o menos claro que hoy llegaba bajada de suflé. Tenía esperanzas de equivocarme, pero el Celta hay determinados momentos, determinados partidos en los que deja poco lugar a la sorpresa. Forma parte de su ADN. Mano a mano con el fútbol de salón.
No pasa nada. O al menos nada grave. Irse al parón después de cuatro partidos habiendo obtenido la mitad de los puntos es una cosecha que, sino para firmar previamente, sí que se puede considerar positiva. El bajón es verse así después de lo que se intuía en el minuto noventa del partido de Villarreal. Pero tal vez esté bien para mantener los pies en el suelo y pensar que, por mucho que tengamos una plantilla más que decente y un gran entrenador esto no va a ser un camino de rosas.
En cuanto al partido, pues tampoco me quiero parar mucho. Un mal partido en general de todo el equipo en el que, salvo diez o quince minutos en la primera parte, siempre se ha jugado a lo que ha querido un Osasuna que ejemplifica como pocos esos equipos que se nos atragantan hasta la náusea. Y sin que sirva de disculpa, un árbitro pelín casero en lo nimio y un césped francamente deficiente que tampoco me parece que los locales tuviesen muchas ganas de apañar para este domingo, terminaron por ponernos las cosas aún más complicadas.
Fe ciega en este Celta de Claudio. Aún vendrán peores, seguro, pero yo de este barco no me bajo. Porque el futuro que atisbo, aunque ahora mismo se confunda todavía con la línea del horizonte, me gusta y me ilusiona a partes iguales.