Cualquier mal pensado podría pergeñar una teoría maquiavélica relacionada con que al árbitro tal vez le ponía más hoy fundirnos a tarjetas que pitarnos un penalti en contra, por ejemplo. Porque igual no estaba tan interesado en que perdiéramos el partido, cosa que tampoco le preocuparía lo más mínimo, como en que llegásemos mermados a la siguiente jornada. Pero yo, y lo digo con el corazón en la mano, no soy mal pensado.
Y también a pocos le ha pasado desapercibido que nuestra primera portería a cero, que coincide con nuestra primera victoria a domicilio, se da jugando casi la mitad del partido con dos hombres menos. Es que es imposible que a uno no le acabe apasionando este deporte.
El equipo... poco que decir más allá de loar el esfuerzo inconmensurable de todos, donde brillaron especialmente esos jugadores que hacen del físico uno de los baluartes fundamentales de su juego. Y ahora mismo no es momento de pasar ninguna factura, pero ahí en el verde tenemos que tener meridianamente claro que no imponemos ni la décima parte de un Modric, Vinicius, Koke, De Jong o cualquiera de estos, así que cuando ya tienes una amarilla, y por el contexto del partido detectas que el árbitro está como loco por la música, has de ser especialmente comedido, incluso (o sobre todo) si te llamas Iago Aspas.
Y me repito: qué bien me lo estoy pasando esta temporada. Y lo que (intuyo) que me queda.