Lo importante era ganar, incluso diría no perder, y se ganó.
Partido práctico, tosco, en el que efectivamente, como ya se vislumbraba en la primera parte, los equipos jugaban a no fallar, a que si llegaba el gol del rival fuese por su pericia y no por un regalo propio.
Jugando de ese modo el Celta tiene mucho ganado porque, huelga decirlo, nuestro mayor potencial como equipo está volcado hacia el área rival. Por tanto el jugar concentrados y huyendo del error grosero ha de primar SIEMPRE en el plan de cada partido. Y el resto ya fluirá.
Y nos siguen penalizando tremendamente los estados de forma individuales. Tapia no es ni la sombra de lo que mostró durante su primera temporada; Denis no aporta lo que debería; Iago, a pesar del gol, sigue lento e impreciso; ni Nolito ni Cervi aportan el más mínimo peligro desde su banda mientras el retornado Murillo se muestra también lento e inseguro.
Ya dije el otro día que son demasiado peaje para un equipo que necesita estar muy bien afinado para que ese tipo de juego que practica sea efectivo. De algún modo compensan la balanza el buen momento de Beltrán, que continúa la tendencia que mostró a finales de la temporada pasada tras la lesión de Tapia, la brega perenne y también el acierto de un Santi Mina que se está convirtiendo en el primer soldado del celtismo, y un portero que llegó rodeado de escepticismo, cuando no de directa desconfianza, y que, sin ir más lejos, ha sido la clave de la victoria de hoy.
También hubo que salvar el imponderable de los árbitros, a los que parece que ni el famoso VAR ayuda a actuar con sentido común. De hecho es bastante común el sinsentido para con algunos.
Y ganamos, que es de lo que se trataba. Y no hay mejor modo de cimentar confianza, no hay mejor costumbre.
A ver qué tal el lunes que viene. Pero mientras, estoy feliz.