Si el partido contra Girona tuvo un mucho de los jueves, milagro, el de hoy contra Zaragoza ha sido casi un domingo perfecto.
Hoy ganamos el primer cuarto 17-12. Al descanso llegamos 32-26. Al final del tercer cuarto, ganábamos 50-43. Es decir, ganamos cada uno de los tres primeros cuartos. Pero al acabar el partido perdimos 64-73.
Antes de nada hay que alabar el trabajo de Cristina, que tanto contra Girona como hoy, es decir, contra equipos con presupuestos dos o tres veces superiores al nuestro, ha planteado los partidos para ganar. Ha conseguido que el equipo supla sus carencias de calidad, físico y cabeza jugando como como eso, como un equipo. Está moviendo muchísimo el banco para que todas mantengan las piernas y las cabezas lo más frescas posible y no pasen por esos minutos en los que desconectan que nos han costado tantos partidos. Y ha conseguido que en este momento de la temporada jugadoras como TD o Regina (además del nivel siempre alto de Musa) lleguen en su mejor momento, bien secundadas por las demás. Nos falta, al menos, esa otra jugadora que debería haber llegado en invierno y con la que probablemente estaríamos hablando de una salvación menos apretada. Hoy hemos perdido, entre otras causas, porque Zaragoza tiene dos equipos (los dos por encima del 1,80 -y tantos- de media) y, cuando uno no funciona, saca a otro. Nosotras tenemos uno y cuando la gasolina se agota, no hay más.
Cimentamos el partido en una defensa asfixiante que provocaba constantes pérdidas de Zaragoza, que escogió jugar con las pivots pensando (supongo) que con eso les bastaría. Seguro que no esperaban el calentón que se han llevado hoy. En cambio, nosotras empezamos muy metidas en el partido y con un tiro exterior que funcionaba, mandando, dando la cara en todo momento y sin dejarnos intimidar por la historia reciente del rival. La diferencia al final del primer cuarto podía ser sorprendente, pero era justa. Además, si en Girona flojeamos un poco en ataque en el segundo cuarto, hoy no (el efecto Navia, va a haber que llamarlo). Pasamos la mayor parte del cuarto con ventajas consistentes de once y trece puntos. Hubo un momento en el que pudimos romper el partido, con el entrenador de Zaragoza pidiendo a la desesperada dos tiempos muertos seguidos. Pero entonces los primos de Hernández Hernández que hoy vinieron a arbitrar hicieron el trabajo que mejor saben hacer.
Terminamos el cuarto con siete personales contra una pitada a ellas. En los últimos tres minutos, cada contacto nuestro, daba igual en defensa que en ataque, era castigado con falta. La camiseta que no nos intimidó a nosotros les acongojó a ellos. Les permitieron todo. Si a Robyn le pitaban pasos de salida y le amenazaban con una técnica por la protesta, Geldof, un longueirón de más de 1,90, protestó con aspavientos cada vez que fallaba una canasta bajo el aro y ni le miraron. Si la checa que le quiso decorar la nariz aposta a Clem en un robo de balón (Clem es como Buster Keaton; levanta una ceja ligeramente y sabes que está enfadada) hizo floppin a ver si sonaba la flauta y no le dijeron nada, a Robyn (otra vez) le recriminaron que agitara la mano delante de la vista de la misma checa. Descubrimos también que al baloncesto se puede jugar con los pies a propósito e, incluso, recuperar el balón. Disimulando un poco más, equilibrando las faltas, así siguieron en la segunda parte. Pero el efecto, que fue mantener a Zaragoza en el partido y que se fueran al descanso con mejor resultado del que merecían, estaba conseguido.
A la vuelta el partido siguió por el mismo cauce. Ellas se acercaron de salida, pero mantuvimos la calma y volvimos a controlar la diferencia, pero nunca por encima de los siete puntos con los que acabamos. Aun así, nos creímos que podíamos ganar y eso es mucho más que la expectativa que traíamos.
Por fin, las cosas cayeron por su peso en el último cuarto. Obviamente, empezamos a notar la paliza de dos partidos de máximo nivel en menos de cuatro días. Ya no llegábamos a todas la ayudas, ya dejábamos ese medio metro de aire que antes tapábamos y ellas mejoraron su nivel. Fiebich, una alero de 1,93, metió tres triples casi consecutivos, lo que unido a dos o tres ataques nuestros seguidos fallando hizo que a falta de siete minutos se pusieron por delante. Y de ahí, al final. Consiguieron una ventaja de unos seis puntos y aunque seguimos peleando hasta el final, no hubo manera. Aún tuvimos los arrestos suficientes para casi entrar en el último minuto a cuatro puntos, pero nos duró poco. De ahí al final la diferencia creció un poco más de lo que debería porque intentamos triples a la desesperada que no quisieron entrar. Ya daba igual.
Pues sí, perdimos. Pero jugamos un gran baloncesto mucho tiempo en estos dos partidos contra rivales superiores. Si mantenemos este nivel podemos ganar tanto a Jairis en casa el sábado que viene como sorprender a Gernika en la suya. Por eso, perder como hemos perdido hoy no importa tanto.
La crónica no estaría completa si no contara lo que sucedió al descanso. Fue un acto muy sencillo, pero muy emotivo y alguna lagrimilla se escapó por ahí. Delante de uno de los trofeos que ganó con nosotras (dos Ligas y una Copa) homenajeamos como se merecía a Pilar Valero. Nada menos que 215 partidos en dos etapas con el Celta y, al decir de la gente que la trató, mucho más que una jugadora de baloncesto para sus compañeras. Con los dos equipos y todo Navia aplaudiendo, se le entregó a la familia una camiseta enmarcada con su nombre y el 215. Además del reconocimiento que le debíamos a Pilar, es imprescindible poner en valor la historia de este club, por más que ahora pasemos por momentos más bajos. Mucho más rica y exitosa que la de nuestro rival de hoy. Los trofeos, las camisetas de nuestras mejores jugadoras y nuestra historia tienen que estar presentes en Navia. No somos menos que los Celtics.